Sentado debajo del sicomoro, Matías soñaba despierto. El sol se colaba entre las ramas y un sopor dulce lo fue invadiendo. Algún día enseñaría a muchos. Ahora, solo con nueve años de edad ya sabía cuál era su propósito en la vida.
Una mariposa se posó en su brazo, era azul con manchas blancas, como si fueran pinceladas cortas. Matías nunca había visto un color tan luminoso. Las alas de la mariposa se movían al compás de su corazón hasta podía escuchar los latidos acompasados.
Comenzó a caminar por esos pasillos, abrió la puerta del salón de profesores. Era su primer día en la escuela. Dos profesoras sonrientes lo recibieron con alegría como si el aire fresco entrara por esa puerta; le dijeron que tenía cara de traga. Luego conocería a los demás; se sintió bien, como si estuviera en su casa, como si ese lugar le perteneciera en algún punto. Recibió un regalo de bienvenida, una de sus nuevas compañeras había armado un afiche que decía: “Bienvenido al cotolengo”. Todos rieron mucho ese día. Hasta el rector que era un sacerdote muy serio participó de la bienvenida.
Todo era armonía en esa institución, no veía la hora de llegar a ese lugar, encontrarse con los alumnos, los compañeros, los porteros, los directivos. Sentía que era su hogar, claro, él no recordaba sus sueños debajo del sicómoro.
En ese ambiente se casó, bautizó a su primogénita, él era parte del lugar.
Un día llegó una de las tantas reformas que llegarían después porque lamentablemente cada gobierno tenía su librito, y cada gobernador su manual. Matías debía cambiar de turno o renunciar, los primeros años de secundario ahora serían EGB. No quería irse así que aceptó el cambio de turno, cambio de directivo, cambio de compañeros. El profesor de música estaba muy enojado, furioso, los recreos se acortarían, todo apuntaba a la división. El malestar se instaló y poco tiempo después el rector también fue cambiado. Los alumnos ya no serían los de antes y todos serían diferentes.
Sólo tenía pequeños momentos de felicidad como en esa clase en la que al explicar el tema “argumentación y debate” se le ocurrió preguntarles a los alumnos si estaban de acuerdo con el aborto; una alumna estaba a favor ya que dijo que sus padres la habían concebido sin amor, no sabía ni para qué vivía ya que hacía mucho tiempo que tampoco veía a su padre, ya casi ni recordaba su rostro. Ese día Matías dejó fluir las emociones, hasta las suyas quedaron expuestas, todos abrieron su corazón ante las palabras del profesor que habló de amor y de perdón. Entonces el ambiente cambió fue un día muy especial.
Las semanas siguientes fueron maravillosas, la alumna había ido a perdonar a su padre e irradiaba felicidad en su mirada, en ese momento Matías tuvo un recuerdo de una mariposa posada sobre su brazo. Y comprendió que el ambiente lo crea uno, lo hace uno, dejando ser, dejando que sus alumnos expresen sus temores, angustias, sueños; que no se trata sólo de contenidos sino de enseñar a recorrer un camino y que todo lo demás es una excusa, que lo importante era afectar las vidas, abrir los ojos, el corazón y el alma.
Volvía a soñar.
Los años pasaron las reformas siguieron: horas cátedra por módulos, pizarras en lugar de pizarrones; fibrones en lugar de tizas; y las nuevas tecnologías que él también debía aprender a manejar como nuevo recurso. Matías se sintió viejo y cansado, parecía un autómata, tenía tanta carga horaria como años de antigüedad. Sus sueños quedaron dormidos.
Hoy entró al salón de profesores, ya no estaban los antiguos compañeros, ni se escuchaban las largas conversaciones sobre el nivel educativo, sobre tal o cual alumno, sobre las planificaciones, o proyectos. O tal o cual familia. Ya no había peleas, ni risas. Matías pensó: los pizarrones convertidos en pizarras y la tiza en marcadores.
El salón de profes vacío guardaba sus recuerdos más queridos, sus anhelos, todo lo que él era.
Se sentó como vencido y escuchó el latido de su corazón cada vez más intenso. Otra vez ese sopor dulce lo invadió, como aquella vez cuando era niño, debajo del sicómoro.
Algo lo sobresaltó, el timbre había sonado y, cuando despertó, la mariposa seguía allí sobre su brazo, el sicómoro daba su sombra y sus sueños seguían intactos.
Devi Majuá.