Tanto el Director General de Cultura y Educación, Alejandro Finocchiaro, como la Gobernadora, María Eugenia Vidal, han planteado con total claridad y sin eufemismos su idea de salir de la “pedagogía de la compasión” para ir a la “pedagogía de la meritocracia”. Esta supone que los logros obtenidos son por el solo esfuerzo y “mérito” de cada uno de los alumnos.
Se podrá advertir que estas ideas resaltan los valores del individualismo, de los “premios y castigos”, del estímulo a los “mejores” y a los “más capaces”, en desmedro de lo grupal y de lo colectivo. No caben dudas que vamos hacia una pedagogía de la exclusión cultural.
Es muy claro que se nos está planteando un cambio de paradigma, un nuevo modelo de hombre, una suerte de darwinismo educativo, lo cual supone abandonar más de una década de trabajo y construcción en sentido contrario. Se nos presenta una nueva matriz antropológica frente a la cual deberemos decidir que hacemos como educadores.
Cabe preguntarnos si con esta visión que se está planteando estamos fortaleciendo, la igualdad de oportunidades y posibilidades o por el contrario acentuamos la desigualdad, propiciando, como ha sido la historia de la educación argentina, la generación de elites legitimadas por el propio sistema educativo.
Nos quieren hacer creer que un nuevo sistema de evaluación corregirá los defectos del existente, siendo que en realidad lo que están planteando es un mecanismo de disciplinamiento, desatendiendo aquellos estudiantes que por infinidad de razones tienen diferentes ritmos de aprendizaje, distintos intereses y motivaciones, los cuales debieran ser potenciados por la educación y no clausurados por el “aplazo” de una lógica punitiva.
El sistema de evaluación es solo un instrumento al servicio de una política, el cual tiene por objeto ayudarnos a los docentes a ponderar los aprendizajes que se dan en el proceso educativo.
Se habló también de la objetividad que conlleva la calificación. Quienes hemos transitado por un aula sabemos que la calificación tiene tanto de objetividad como la subjetividad del docente lo permita.
Estamos atravesados por infinidad de circunstancias, situaciones, emociones y estados de ánimo que a diario nos demuestran que la interacción del hecho educativo muy lejos está de proponer situaciones de objetividad en cualquiera de sus estadios.
Por todo lo planteado, lo que está en discusión como cuestión de fondo, no es que instrumento usamos para evaluar a nuestros alumnos, sino que personas queremos formar, sobre que valores y para que proyecto de país.
Esta reflexión antropológica es la que nos moviliza a pensar y proponer “la pedagogía de la INCLUSIÓN”, dónde el esfuerzo tiene sentido si se sostiene en aprendizajes que se concatenan en una lógica constructivista, donde la igualdad de oportunidades y posibilidades son la superación del sálvese quien pueda y del individualismo meritocrático.
Sin dudas que esta discusión o este debate no está agotado, mucho menos saldado. Comenzamos el milenio en la dirección de la inclusión, con un proyecto de país y una política educativa pensada para todos y cada uno de los sectores sociales. Las leyes de educación a nivel nacional, provincial y todas las reformas realizadas en el andamiaje jurídico dieron cuenta de esta voluntad política.
Hoy somos testigos de un brutal retroceso en esta materia, dado que se busca reinstalar una matriz conservadora privilegiando a determinadas elites que garanticen el status quo de la clase dominante y pretenden darle al sistema educativo el rol de legitimador de dicha política.
Los trabajadores de la educación debemos estar muy alertas ante estos intentos de restauración conservadora. Hemos avanzado mucho en estos años que nos precedieron pero falta muchísimo más por concretar.
Solo desde un Estado presente tendremos algún futuro para una educación de calidad con igualdad de posibilidades y oportunidades para todos y todas.
QUE ESE SEA NUESTRO DESAFÍO.
SECRETARIADO EJECUTIVO SECCIONAL PROVINCIA DE Bs. As.