Ramón Carrillo nació en la vieja casona paterna de adobe de la calle Córdoba 49, a dos cuadras de la plaza Libertad, en Santiago del Estero (Argentina), el 7 de marzo de 1906 y murió en Belem do Pará (Brasil) en 1956.
Cursó estudios primarios y secundarios en instituciones públicas de su provincia y en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, siempre con las calificaciones más brillantes.
Luego fue becado para perfeccionar sus conocimientos en Europa, entre 1930 y 1932. En el viejo continente visitó y se formó en centros académicos y científicos de Ámsterdam (el más importante de la época en su especialidad), París y Berlín.
A su regreso al país, Carrillo organizó el laboratorio de Neuropatología en el Instituto de Clínica Quirúrgica, y dirigió el Servicio de Neurología en el Hospital Militar Central.
También se dedicó a la docencia universitaria, como profesor titular la cátedra de Neurocirugía en la Facultad de Medicina (UBA) desde 1943, y como profesor de historia argentina e historia de la civilización en distintas escuelas secundarias de la Capital Federal.
Por esa época, Ramón Carrillo ya se había consolidado como un prestigioso neurocirujano de fama mundial, y formaba parte de diversas sociedades científicas nacionales y extranjeras.
Había ganado el Premio Nacional de Ciencias en 1937, y era autor de varias obras especializadas en anatomía patológica, anatomía comparada, clínica neurológica, etcétera.
En 1946, durante la gestión presidencial de Juan Domingo Perón, se creó, de la Dirección Nacional de Higiene, primero la Secretaría y luego, en 1949, el Ministerio de Salud Pública de la Nación. Entonces, en virtud de su prestigio profesional, Carrillo fue designado al frente del mismo.
En el marco del “asistencialismo redistribucionista” (la famosa justicia social) que caracterizó al gobierno peronista, Carrillo desarrolló una vasta labor sanitarista, enfrentando con ahínco las enfermedades endémicas de las zonas más pobres del país.
A él se debe que el paludismo, durante esa época, fuera casi totalmente eliminado, al igual que la sífilis, la lepra y la tuberculosis, y que se crearan innumerables centros de salud, hospitales y puestos sanitarios de frontera.
Hazaña difícil de igualar, durante la gestión de Carrillo en el Ministerio la capacidad hospitalaria del país se duplicó.
Su política él mismo la resumió así: “una asistencia individual y familiar eficiente, continua y completa, con gratuidad para la población que la necesite, con libre elección del médico por el paciente, en la que los profesionales actúen para la comunidad ofreciendo sus servicios mancomunados, según la demanda de prestaciones y buscando el equilibrio entre las necesidades médicas de la población”.
Entre las producciones escritas de Carrillo se pueden mencionar, además de varias obras de neurocirugía, Política sanitaria argentina (1949) y Teoría del Hospital (1953). También escribió biografías, estudios económicos y demográficos.
Ante el golpe de 1955 y la apoteosis oligárquica, resuelve buscar el exilio en Estados Unidos y finalmente se establece en el norte del Brasil, donde trabaja como médico rural para una empresa minera en la desembocadura del río Amazonas. Allí se establece junto a su esposa y sus cuatro hijos, sumido en la más profunda pobreza.
El doctor Ramón Carrillo padecía de hipertensión arterial maligna, la que le ocasiona en noviembre de 1956 una hemorragia cerebral, causa de su fallecimiento el 20 de diciembre de ese año.
Algunas de sus frases parecen haber sido escritas para le presente:
“Actualmente no puede haber medicina sin medicina social, y ésta no puede existir sin una política social del Estado./-/ ¿De qué le sirve a la medicina resolver científicamente los problemas de un individuo enfermo, si simultáneamente se producen centenares de casos similares por falta de alimentos, por viviendas antihigiénicas, que a veces son cuevas, o por salarios insuficientes que no permiten subvenir debidamente las necesidades?…
Los problemas de la medicina, como rama del Estado, no podrán ser resueltos si la política sanitaria no está respaldada por una política social.-// Del mismo modo que no puede existir una política social sin una economía organizada en beneficio de la mayoría, tampoco puede existir una medicina destinada a la protección de la colectividad sin una política social bien sistematizada para evitar el hambre, el pauperismo y la desocupación”.
En las palabras del propio presidente Perón podremos resumir su gestión inigualada, y también, entre tanta escasez presente, extrañarla dramáticamente:
“Podrán morir argentinos por miseria fisiológica, pero ya no mueren más por miserias sociales”.
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